Cuando una niña decidió por los espartanos

Herodoto nos cuenta como Aristágoras, el tirano de Mileto, antes de iniciar el levantamiento de su ciudad y del resto de los jonios (griegos que vivían en Asia Menor) contra los persas, realizó un viaje por Grecia para recavar apoyos ante el inminente levantamiento. Por supuesto entre las ciudades que visitó en su periplo estuvo Esparta.

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En aquellos años, alrededor del 500 aC., el visitante que llegaba a Esparta se encontraba una ciudad donde el rey predominante de los dos era el rey Cleómenes. Esparta, tan particular como siempre, poseía una diarquía, por lo que siempre había dos reyes de las dinastías Euripóntida y Agíada al frente de los ejércitos lacedemonios. Desde que Licurgo dotó de su constitución a la ciudad del Eurotas, uno de los dos reyes poseía cierta preponderancia sobre el otro, pero en el caso de Cleómenes, de la dinastía Agíada, esta preponderancia era muy marcada. No entraremos a analizar la figura del rey espartano, baste decir que era bastante peculiar, tanto por su personalidad como por la manera de ejercer la política, ya fuese a nivel diplomático o en conflictos armados.

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Es por tanto con Cleómenes con quien Aristágoras se reúne, sin duda bien informado de que era él quien poseía la facultad de poder poner a los espartanos a su favor y conseguir así su apoyo (no habló con los éforos, los cinco magistrados que en teoría debían decidir sobre estas cuestiones). Como decimos, el historiador de Halicarnaso nos ha dejado constancia de la charla que tuvieron ambas figuras.

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Al parecer Aristágoras le propuso al espartano que no sólo le ayudara en el levantamiento que estaba preparando, sino que era factible una invasión del propio Impero Persa. Ayudado por un mapa realizado en una plancha de bronce, el milesio exageró de manera deliberada las debilidades del ejército persa, al que como poco dibujó como un grupo de afeminados bárbaros que huirían ante el envite de los fieros espartanos. Cleómenes, rey curtido en la diplomacia de la época, no picó en el cebo que le había preparado el tirano de Mileto, y preguntó la distancia que había desde la costa Jonia hasta el corazón del Imperio Aqueménida.

Cuando una niña decidió por los espartanos Cuando una niña decidió por los espartanos, Aristógaras

Aunque es probable que Aristágoras intentara eludir la respuesta, no le quedó más remedio que admitir que había más de tres meses a pie de distancia. La reacción de Cleómenes fue la esperada, puso el grito en el cielo. La Grecia continental no posee ningún punto a más de noventa kilómetros del mar, por lo que esa distancia debió de parecerle al rey espartano una auténtica locura. Además era conocida la poca predisposición de los espartanos a salir del Peloponeso, por lo que Cleómenes respondió que nunca arriesgaría la vida de los espartanos en semejante campaña.

Sin embargo Aritágoras no se dio por vencido tan fácilmente, y al poco se presentó en la casa del rey espartano, e insistió en la propuesta, pero en esta ocasión prometiendo una cuantiosa suma al propio Cleómenes, en concreto 40 talentos. Sin duda el tirano de Mileto estaba al tanto del gusto por la riqueza de Cleómenes, algo que en teoría los espartanos debían de evitar, por lo que sabía cómo jugar sus cartas.

Cuando una niña decidió por los espartanos Cuando una niña decidió por los espartanos, Gorgo

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Fueron varias las negativas del rey, y varias también las intentonas de Aristágoras, que en cada insistencia subía la cantidad de riqueza prometida hasta llegar a la incríble cifra de cincuenta talentos. Gorgo, la hija de Cleómenes, y que al parecer jugaba cerca de donde se encontraban los dos hombres hablando, intervino entonces en la conversación, y dijo algo parecido a esto:

Padre, si no despedís pronto a este extranjero, terminará por compraros.

Aquella ocurrencia de la niña cayó en gracia a Cleómenes, que optó por tomarlo como un consejo y despidió a su interlocutor.

Y así fue como Esparta no intervino en el levantamiento jonio, y mucho menos inició una campaña de invasión del Imperio Persa. Así fue como una niña, la futura esposa de Leónidas, decidió el futuro de la ciudad más poderosa de la Hélade.

Autor: Rafael Velis Ferre para revistadehistoria.es

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