La Princesa de Éboli: una historia de conspiración y poder

La Princesa de Éboli se llamaba en realidad Ana de Mendoza de la Cerda y nació en Cifuentes (Guadalajara) en el año 1540. Fue duquesa de Pastrana, condesa de Mélito y princesa de Éboli. Fue una aristócrata española que pertenecía a los Mendoza, una de las familias de la nobleza castellana más poderosa de la época.
Era una mujer de gran belleza, a pesar del característico parche con el que se le retrata y que podría ocultar una tara en uno de sus ojos (estrabismo) como así comentan las pocas citas que hablan de ello. Otras fuentes más respaldadas hablan de que perdió el ojo por un florete, en un combate contra un paje durante su infancia. Se casó a temprana edad con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, que era ministro de Felipe II y su allegado de más confianza.
Las tensiones religiosas de la Princesa de Éboli
Tuvo varios conflictos con órdenes eclesiásticas, sobre todo con las Carmelitas descalzas de Santa Teresa de Jesús. Quería que las construcciones de los conventos siguiesen sus normas y provocó disputas con monjas y frailes. Ruy Gómez de Silva puso paz entre la santa de Ávila y su esposa, pero a su muerte los conflictos se acrecentaron de nuevo.
La historiadora Esther Alegre Carvajal apunta que la Casa de los Mendoza eran partidarios de reformas religiosas que defendían un espiritualismo más vivencial, oponiéndose de este modo a la ortodoxia representada por los albistas que defendían una religiosidad más férrea de enorme intransigencia política. A la muerte de su marido se retiró al convento carmelita de Pastrana, poseyendo una de las mayores fortunas españolas.
Dentro de la orden tuvo diferencias con sus propias compañeras de hábito, siendo temida por Santa Teresa por su tiranía. Tras una serie de disputas y sucesos en los que la princesa de Éboli se vio en un serio conflicto con la propia orden que ella misma había financiado, abandonó la financiación. Este acontecimiento provocó penurias en las monjas descalzas.
Santa Teresa quiso ir junto a varias monjas a un convento carmelita en Segovia, fuera de la jurisdicción de doña Ana. Fue un plan delicado que no pasó desapercibido para la princesa de Éboli, que ordenó a su mayordomo la detención de tal ofensa. Pero las monjas, con la ayuda de dos hidalgos, consiguieron escapar.
El rey la instó a renunciar a sus hábitos a los seis meses para hacerse cargo de sus hijos y de sus bienes, como así quería el testamente de su marido fallecido. Doña Ana se opuso por mediación de cartas, pero finalmente fue obligada a aceptar las condiciones de Felipe II.
El incómodo Juan Escobedo
Los escándalos amorosos no tardaron en florecer con su llegada a la corte. A pesar de que los historiadores no se ponen de acuerdo, se habla de posibles affairs con el propio monarca y con su secretario real; Antonio Pérez, al que engatusó con sus encantos a la edad de treinta y tres años.
La historia nos cuenta que existió la posibilidad de que la princesa de Éboli y Antonio Pérez mantuviesen reuniones secretas con rebeldes flamencos y portugueses, y que no pasaron desapercibidas para Juan Escobedo, secretario de Juan de Austria, que en una de sus visitas a la casa de doña Ana descubrió documentos secretos de estado y una posible relación sexual entre la princesa de Éboli y Antonio Pérez.
Por orden de éste último, y con el consentimiento real, Juan Escobedo fue asesinado acusado de falsas conspiraciones políticas con el fin de evitar que la información que tenía saliese a la luz. Los intentos anteriores de asesinato con venenos fueron en vano y pasó a una muerte mucho más violenta obedecida por sicarios en la ciudad de Madrid.
Conspiración al trono de Portugal
La princesa de Éboli se aprovechó de los conocimientos de Antonio Pérez en materias de estado para su propio beneficio económico y sus ambiciones políticas. Junto a él apoyó la candidatura de la duquesa de Braganza a la muerte del rey Sebastián de Portugal, en contra de lo que quería el rey Felipe II que también tenía derecho al trono. Algunos historiadores confirman que la princesa de Éboli quiso casar a una de sus hijas con el heredero de la casa de Braganza con la ayuda de Antonio Pérez.
Toda verdad sale a la luz tarde o temprano
Este hecho, junto a otras intrigas y al enterarse del engaño por varias fuentes relacionadas con la conspiración que envolvía la muerte de Escobedo, le obligó, en 1579, a ordenar el encarcelamiento de ambos. A la princesa de Éboli se le acusó de pródiga, y fue encarcelada en la Torre de Pinto (Madrid) para después trasladarla a la fortaleza de Santorcaz (aledaña a Pastrana). El rey permitió en 1581 que se retirase a su villa en Pastrana donde permaneció hasta su muerte. Murió en 1592 en Pastrana.
La princesa de Éboli fue una mujer emblemática, cargada de belleza, que se valía de sus actitudes para desafiar a cualquiera que se opusiese a sus intereses. Utilizaba su poder económico y su posición social, sin menospreciar su elegancia y su opulencia, para conseguir cualquier fin que se propusiese. Su historia recuerda, en esencia, a Cleopatra; la última reina de Egipto.